Illa es una ciudad de gente extraña. Las paredes de las casas, descascarilladas como la cordura de sus inquilinos, son testigos de una contínua fiesta tropical que lleva ya incontables años alimentando su leyenda; sin duda es un lugar que atrapa a quien pone el pie en ella (y no pocos pueden dar testimonio de su irresistible atracción).
Al llegar, dejamos las mochilas en la pensión (que más que pensión es un palacio) y vamos a cenar a uno de los tres únicos restaurantes de la ciudad. ¿Quién lo iba a decir?, los precios son irrisorios hasta para tratarse de Mozambique, la comida más que excelente. En el instituto celebran la fiesta de graduación a ritmo de hip-hop; al lado, en la discoteca se mezclan negros y blancos al ritmo de un dj bien chungo. Llega Benito.
-Hola, me llamo Benito!!, soy guia turístico
-Hombree, Benito, encantado de conocerte
-Hago capoeira en la playa por las mañanas
-Coño, Benito!!, me parece cojonudo
-¿Estáis casados?
-Aquí mi hermano sí, yo soy soltero
-Yo no gusto de mujeres, gusto de follar con hombres
-Joder, Benito!! Me parece muy bien
-A mi me gusta xupar y xupar, vienen los turistas y yo les xupo y les xupo (mientras hace el consabido gesto con mano y labios)
-Qué bien, Benito, eres un tío con suerte, ¿eh?
-También tengo una barca, llevo a los turistas a las islas y pasamos la tarde buceando y yo xupo y xupo
-Carallo, Benito!!, tú no paras de xupar
-Gusto mucho de xupar y de follar con hombres (llama la atención sobre el pendiente en su oreja derecha)
-Muy bien, Benito, sólo que mi hermano y yo gustamos de mujeres
Quitando estos viajes por el lado amoral de la realidad de Illa, la vida allí es apacible hasta extremos indignantes tal y como demuestra esta conversación, camino del restaurante, basada en hechos reales:
-Tío, espero que tengan mero en el restaurante
-Buah, olvídate; puto pez piedra, seguro
-Joder, pues voy a tener que comer camarones, vaya mierda
-Come langosta
-No, de langosta estoy frito, me jode pero tendré que pedir camarones...
Tras cinco días fabulosos nos despedimos de esta bella ciudad. Pusimos rumbo de nuevo a Harare, donde cogeríamos un vuelo para revisitar a una vieja conocida, Maputo.
El Norte de Mozambique es una zona maravillosa, un lugar donde los sueños que de pequeños nos asaltaban al ver aquellas películas sobre lugares exóticos y personajes extravagantes (tipo “El rey de los Mares del Sur”) se hacen realidad y donde aún se puede saborear en el aire las últimas bocanadas de aquel colonialismo (hoy ya inofensivo) que fue la última gran promesa de aventura que tuvo el hombre “civilizado”.
Ya sé dónde quiero ir cuando muera.
Siempre que voy de excursión con mi hermano acabamos pasándolas putas por no llevar el equipo necesario. No es que seamos unos locos, es que nos creemos (subconscientemente) que somos Robinson Crusoe y que la naturaleza nos proveerá de lianas para tejer mantas, madera para construir refugios y que las olas del mar nos dejarán picos, palas, un machete y pólvora. Esta vez fuimos previsores y sólo nos quedamos sin agua, sin gas y sin pasta; nimiedades cuando tienes a mano una botella de vodka, cuando la madera sobra y cuando abundan las pensiones baratas y escasean los escrúpulos. El viaje de vuelta a Harare fue un infierno (pero valió la pena sólo por llegar y encontrar la piscina limpia, transparente y fresquita).