21 nov 2008

Viaje al norte de Mozambique II: Illa de Moçambique

Las cosas que han sido hermosas, por mucho que lleguen a deteriorarse, conservan un eco de su antigua belleza hasta el día en que acaban convertidas en polvo y ceniza; y hablo de cosas, porque de las personas no se puede decir lo mismo siempre, sólo hay que echarle un ojo a Sara Montiel o a Pete Burns para darse cuenta de cuan cruel puede llegar a ser el paso del tiempo (y los malos cirujanos). La decadencia tiene un cierto atractivo casi mágico, destinado a desaparecer de la mano del progreso. Es fácil apreciar esa belleza en lugares como La Habana o Porto, tan fácil como imaginar que en unos cuantos años esa decadencia se irá metamorfoseando, cual Power Ranger, en renovado esplendor. Esta es la situación de Illa de Moçambique, antigua capital de este país de playas paradisíacas y vibrantes langostas. Illa es una isla de 3 km de largo y unos 500 m de ancho, unida al continente por un estrecho puente de 1 km. En uno de sus extremos está la fortaleza de San Sebastião y junto a ella el casco viejo de la ciudad, compuesto por unas 250 casas, la mayor parte ruinosas, que aún conservan la hermosura de aquella ciudad que hace más de 100 años perdió su estatus frente a Lourenço Marques (hoy día Maputo). Algunas casas, hechas de piedra coralina y más ruinosas que las demás, son testigos de tiempos muy anteriores, cuando los árabes tenían allí una base para el comercio de esclavos. En la otra punta de Illa está el antiguo cementerio que aún conserva las tumbas de los colonos portugueses.
Illa es una ciudad de gente extraña. Las paredes de las casas, descascarilladas como la cordura de sus inquilinos, son testigos de una contínua fiesta tropical que lleva ya incontables años alimentando su leyenda; sin duda es un lugar que atrapa a quien pone el pie en ella (y no pocos pueden dar testimonio de su irresistible atracción).

Al llegar, dejamos las mochilas en la pensión (que más que pensión es un palacio) y vamos a cenar a uno de los tres únicos restaurantes de la ciudad. ¿Quién lo iba a decir?, los precios son irrisorios hasta para tratarse de Mozambique, la comida más que excelente. En el instituto celebran la fiesta de graduación a ritmo de hip-hop; al lado, en la discoteca se mezclan negros y blancos al ritmo de un dj bien chungo. Llega Benito.

-Hola, me llamo Benito!!, soy guia turístico

-Hombree, Benito, encantado de conocerte

-Hago capoeira en la playa por las mañanas

-Coño, Benito!!, me parece cojonudo

-¿Estáis casados?

-Aquí mi hermano sí, yo soy soltero

-Yo no gusto de mujeres, gusto de follar con hombres

-Joder, Benito!! Me parece muy bien

-A mi me gusta xupar y xupar, vienen los turistas y yo les xupo y les xupo (mientras hace el consabido gesto con mano y labios)

-Qué bien, Benito, eres un tío con suerte, ¿eh?

-También tengo una barca, llevo a los turistas a las islas y pasamos la tarde buceando y yo xupo y xupo

-Carallo, Benito!!, tú no paras de xupar

-Gusto mucho de xupar y de follar con hombres (llama la atención sobre el pendiente en su oreja derecha)

-Muy bien, Benito, sólo que mi hermano y yo gustamos de mujeres

Es imposible que dos blancos juntos en una fiesta en Illa sean tomados por heterosexuales, cualquier blanco heterosexual está estratégicamente colocado junto a un grupo de jóvenes negras poniendo cara de libidinoso (mientras acaricia billetes en sus bolsillos). Los hermanos no existen. La auténtica anécdota de la noche la protagonizó un amigo de Benito, que se nos acercó al ver que Benito dejaba vía libre. Era un rasta muy simpático que había estado de visita ni más ni menos que ¡en Coruña!. Le sonsacamos la historia completa, que más o menos venía a ser que con 12 años un blanco coruñés se lo llevó a nuestra bella ciudad a encularlo con fruición y esmero hasta que se cansó de él y lo mandó de vuelta a casa de una patada. Suena sórdido, lo es, pero en Illa lo sórdido es bello, de la misma forma que las cosas bellas están cubiertas por una fina capa de sordidez.
Quitando estos viajes por el lado amoral de la realidad de Illa, la vida allí es apacible hasta extremos indignantes tal y como demuestra esta conversación, camino del restaurante, basada en hechos reales:

-Tío, espero que tengan mero en el restaurante

-Buah, olvídate; puto pez piedra, seguro

-Joder, pues voy a tener que comer camarones, vaya mierda

-Come langosta

-No, de langosta estoy frito, me jode pero tendré que pedir camarones...

Ahora mismo me pregunto: ¿qué coño hago aquí?... un lugar en el que la principal preocupación es si el marisco estará bueno o buenísimo, un lugar donde uno puede disfrutar de las más acojonantes playas, a 20 minutos en barco de vela, un lugar que es como un un mini-universo paralelo donde no existe ni el tiempo, ni el aburrimiento ni las penas... Si Pangane es el Cielo, Illa de Moçambique es el Valhlala.
Tras cinco días fabulosos nos despedimos de esta bella ciudad. Pusimos rumbo de nuevo a Harare, donde cogeríamos un vuelo para revisitar a una vieja conocida, Maputo.
El Norte de Mozambique es una zona maravillosa, un lugar donde los sueños que de pequeños nos asaltaban al ver aquellas películas sobre lugares exóticos y personajes extravagantes (tipo “El rey de los Mares del Sur”) se hacen realidad y donde aún se puede saborear en el aire las últimas bocanadas de aquel colonialismo (hoy ya inofensivo) que fue la última gran promesa de aventura que tuvo el hombre “civilizado”.
Ya sé dónde quiero ir cuando muera.







Siempre que voy de excursión con mi hermano acabamos pasándolas putas por no llevar el equipo necesario. No es que seamos unos locos, es que nos creemos (subconscientemente) que somos Robinson Crusoe y que la naturaleza nos proveerá de lianas para tejer mantas, madera para construir refugios y que las olas del mar nos dejarán picos, palas, un machete y pólvora. Esta vez fuimos previsores y sólo nos quedamos sin agua, sin gas y sin pasta; nimiedades cuando tienes a mano una botella de vodka, cuando la madera sobra y cuando abundan las pensiones baratas y escasean los escrúpulos. El viaje de vuelta a Harare fue un infierno (pero valió la pena sólo por llegar y encontrar la piscina limpia, transparente y fresquita).

4 comentarios:

Folks dijo...

La conversación de los camarones y la langosta parece sacada de un grupete de directivos bancarios. Pol-lomenos.

Aquello, por lo que veo, con cuatro duros colma las expectativas de cualquiera.

Aimi dijo...

No sé yo si ese paraíso me convence. Aunque pasarte unos días ganduleando me llama :)

Por cierto me quedé muerta/loca loca/muerta con la conversación de Benito! que te lo cuenten es peor que leerlo agh!

Muchos besos!

POLARIS dijo...

Y lo que no habrás contado. Estoy deseoso de escuchar más, y más aún de vivirlo. Una brazo!

Anónimo dijo...

"El Norte de Mozambique es un lugar donde aún se puede saborear en el aire las últimas bocanadas de aquel colonialismo (hoy ya inofensivo) que fue la última gran promesa de aventura que tuvo el hombre “civilizado”".

Pues si gentleman, ahi esta el detalle ... Dejando el lado negativo que tuvo, aquellos si que debieron ser tiempos heroicos y fragiles. Dificil es hoy tener aventuras, en esta edad de plastico